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Foto del escritorSusana Rubies

Fatiga Pandémica o por qué todo esto ya nos supera.




Hace justo un año, por estas fechas, escribía el primer artículo de mi blog al que titulé: "Coronavirus: crisis y oportunidad". Por aquel entonces, justo se acababa de decretar el estado de alarma en España y esa anómala situación la veíamos como algo muy provisional, como una manera de parar y de tomarnos las cosas de otra manera, con más calma. Incluso el planeta parecía agradecer esa pausa, ya que el súbito parón en las actividades industriales provocó una drástica bajada en los niveles de contaminación en muy poco tiempo.


Todo parecía ser una "prueba de la vida" de la que íbamos a extraer muchos aprendizajes y, de hecho, así ha sido. Hemos aprendido a ser más responsables, solidarios, empáticos, de valorar más las "pequeñas grandes cosas" de la vida como dar un abrazo a un ser querido, pasear tranquilamente por un parque o pasar más tiempo con nuestr@s hij@s. Incluso hemos incorporado a nuestra vida nuevas formas de relacionarnos y de trabajar, gracias a las tecnologías y medios digitales que lo han hecho posible. En muchos casos, hemos cambiado el trabajo presencial por el teletrabajo y las reuniones familiares y/o sociales en casa o fuera de ella, por videoconferencias. Todo muy nuevo, que parecía tener sus ventajas, sobre todo en lo que a conciliación se refiere.


Hoy, un año más tarde, y tras tres olas de contagio terribles que se han saldado, sólo en nuestro país, con mas de tres millones de infectados y más de 71.000 fallecidos, parece que la pandemia empieza a estar más controlada. Y ello ha sido posible gracias a la aparición, al fin, de las tan esperadas vacunas, y a su posterior programa de vacunación a la población que justo empezó a finales del año pasado. De hecho, mientras escribo este artículo, a mi aún no se me ha aplicado ninguna dosis y, la verdad, no sé cuando eso va a ser posible. Los expertos apuntan a que todavía tendrá que pasar un periodo de tiempo más que considerable hasta que volvamos a tener los niveles de vida "normales" que teníamos antes de la incursión del Covid-19 en nuestras vidas. Eso si logramos conseguirlos al 100%.


En definitiva, un año después de que empezara todo esto, estamos cansados, agotados. Y mucho. A pesar de la flexibilización de las medidas de restricción durante algunos periodos, seguimos sin poder movernos libremente por donde queramos, sin poder abrazarnos, sin poder visitar a nuestras familias, sin poder ir a comer tranquilamente con nuestros amigos, sin poder ir a trabajar (en caso de que sigamos manteniendo nuestro puesto de trabajo), etc. Y en caso de que podamos hacer alguna de las cosas mencionadas, siempre con la mascarilla puesta y manteniendo la distancia de seguridad. Todo eso, sin contar con los estragos de esta pandemia: los miles de infectados, enfermos, víctimas, las secuelas, el virus aún pululando a nuestro alrededor, la desastrosa crisis económica que se ha llevado por delante la restauración, la hostelería, el ocio y el turismo (por mencionar los más evidentes),... Es demasiado.


Todo ello ha desembocado, a día de hoy, en la denominada "fatiga pandémica", concepto acuñado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que está ya más que normalizado e integrado en la sociedad. Mucha gente no acaba de ver luz al final del túnel y se siente invadida por “la desmotivación y el cansancio”, síntomas de la fatiga pandémica según la definición de la misma OMS. De hecho, según el estudio “Las consecuencias psicológicas de la Covid-19 y el confinamiento”, realizado por varias universidades españolas entre la población de nuestro país, el 45,7% de los encuestados afirmó que había aumentado su nivel de malestar psicológico. Las personas más afectadas son, como es de esperar, los médicos y sanitarios que atienden a enfermos de covid-19 graves en primera línea. Se ha puesto de manifiesto que un 50% sufre trastornos depresivos, casi un 45% ansiedad y, aproximadamente, un 36% insomnio.


Según los expertos, este cansancio es una respuesta normal del organismo. Al principio de esta crisis, contábamos con nuestros mecanismos naturales de adaptación al estrés, pero, cuando las circunstancias extremas se prolongan en el tiempo y reina la incertidumbre, resulta difícil mantener dichos mecanismos.


Los especialistas reciben cada día más pacientes con problemas derivados del cansancio acumulado después de tantos meses de restricciones. También, cada vez hay más gente que piensa que no le pasa nada y todo está bien, y de repente le entra ansiedad, pánico, fobias o desmotivación tremenda», y van en aumento los casos de «estrés postraumático por las pérdidas sin despedida y derivados de la soledad a la que se enfrentan muchas personas, porque hay gente que lleva un año sola sin tener ningún tipo de acercamiento.


El estrés, el insomnio, la irritabilidad, los cambios de humor, el aburrimiento, los problemas de concentración y los sentimientos de angustia y ansiedad son, por tanto, algunas de las consecuencias de esta fatiga pandémica. Es como el pez que se muerde la cola: cuanto mayor es el agotamiento, más aumentan la desmotivación, el desgaste físico y el malestar psicológico que venimos sintiendo desde hace un tiempo. También podemos sufrir el efecto denominado ‘últimos kilómetros del viaje’: todavía saliendo de la tercera ola y con la vacunación en marcha, pero avanzando a un ritmo más lento del deseado, no vemos avance hacia la luz al final del túnel y cada vez nos cuesta más cumplir las medidas de seguridad y respetar las restricciones.


Los cambios de humor y las emociones negativas son naturales, por lo que tampoco hemos de intentar reprimirlos, pero sí aprender a aceptarlos y manejarlos, de manera que podamos seguir rindiendo en el ámbito laboral o académico y, sobre todo, disfrutando de los buenos momentos que nos ofrezca la vida familiar y social. Para conseguirlo, se recomienda crear el hábito de observar cómo nos sentimos con el fin de poder detectar los pensamientos y sensaciones nocivos: Solo si somos capaces de reconocerlos, podemos transformarlos en positivos con técnicas como la distracción. Por ejemplo, si me doy cuenta de que me siento angustiado o sobrepasado, puedo sentarme a escuchar música, irme a montar en bicicleta o llamar a un amigo para charlar. En estos momento es, por lo tanto, básico poder disponer de una buena gestión emocional.


De todos modos, muchas veces es difícil salir de los procesos negativos en los que nos encontramos por nosotros mismos, por lo que en esos casos, y ahora más que nunca, es muy importante saber recurrir a la ayuda profesional si es necesario.






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