Me despierto en un Spa.

Lo que vas a leer a continuación, son las primeras líneas del libro que me he decidido a escribir. Espero que te guste y te anime a querer continuar leyendo.

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Abro los ojos lentamente. Estoy tumbada boca arriba en lo que diría que es una cama que está ligeramente inclinada hacia adelante. Apenas me puedo mover. Mi visión es borrosa. Estoy en una sala de paredes blancas, creo que es grande. Poco a poco se va perfilando ante mí un gran reloj de agujas, colgado en la pared de enfrente. No me fijo en la hora que marca pero sé que es de día porque la sala está iluminada por luz natural.

Oigo unas voces conversar entre ellas, muy cerca de mí. Son dos, una mujer y un hombre, parecen jóvenes. No entiendo muy bien lo que dicen pero noto como van caminando alrededor de mi cama, mientras hablan de parámetros, cantidades y otras cifras que no llego a comprender. De vez en cuando van tocando mi brazo y mi pierna, de forma suave. La sensación es agradable.

Estoy en un Spa, pienso. Estas personas me están haciendo algún tipo de tratamiento ultra relajante porque me siento de un relax y sosiego fuera de lo común. O quizás es atontamiento. Mi cabeza no se acaba de despejar, pero me da igual. Yo estoy realmente bien, como en una nube, flotando.

Intento ir recobrando algo más de conciencia y empiezo a percibir que no soy la única que está en la sala. Hay más como yo, personas tumbadas en otras camas similares a la mía. No los puedo ver porque no puedo moverme, y ni siquiera puedo girar la cabeza, pero sé que están ahí. Más personas a las que les hacen este mismo tratamiento relajante, pienso.

De repente, oigo otra voz, algo más alejada. Es la de un chico que no para de hablar de forma rápida y con un tono elevado. Está contando chistes o algo gracioso (supongo) porque de vez en cuando estallan las risas de otras personas. A mí no me parece gracioso; es más, hace que mi estado de paz empiece a alterarse. El chico en cuestión no para de hablar y los otros no paran de reírse.

Se supone que los Spas son sitios donde uno va a relajarse y donde reina la calma y el silencio. Sin embargo, yo me voy sintiendo cada vez más molesta e irritada. Noto como la burbuja de relax que me envuelve se va haciendo cada vez más tenue, más delgada, más pequeña. Sigue el parloteo histriónico y más risas escandalosas. Mi nube de paz finalmente acaba explotando y desaparece como una pompa de jabón. Plop.

No estoy en un Spa. Estoy en una sala UCI de un hospital. Las voces que oigo son las de los enfermeros/as, auxiliares y demás personal que están a cargo de los pacientes en su horario de turno. Estoy infestada de toda clase de tubos y cables que salen por muchas partes de mi cuerpo. Acabo de despertarme de una operación que se complicó y alargó más de lo esperado, y de la que me despierto tres días después de haber entrado en el quirófano. De esto me entero después. Yo no he tenido ninguna noción del tiempo, ni de nada.

Durante estos tres días, he estado completamente inconsciente. Voy de morfina hasta arriba, lo cual explica la sensación de flipe alucinante con la que me he despertado. Mi conciencia se va situando y yo voy recobrando la memoria. Poco a poco voy siendo consciente de lo que hago aquí y de lo que ha pasado. Y me voy haciendo a la idea de que mi infierno justo acaba de empezar. Bueno, en realidad empezó hace tiempo, pero a lo que tengo que enfrentarme a partir de ahora es la peor parte, la más dura, la más cruel: un cara a cara con el dolor más despiadado. Ese viejo conocido con el que no me apetece nada tener que volver a lidiar. Hola, qué tal (pienso con ironía).

Acabo de pasar del paraíso al infierno en cuestión de minutos; de un spa maravilloso a un frío hospital. Esos chistes sin gracia me han devuelto, de golpe, a la cruda realidad. Que irónica es la vida, a veces.

Acabas de leer las primeras líneas del que será mi primer libro. Me interesa mucho tu opinión así que te agradecería infinito que dejaras un comentario sobre lo que te ha parecido.

¡¡Mil gracias!!

Susana.