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La importancia del Transgeneracional para conocernos.

Foto del escritor: Susana RubiesSusana Rubies


«Lo que conocemos de nuestra familia es tan importante como lo que ignoramos de ella. Los «agujeros» y los «olvidos» en nuestra historia familiar son sumamente interesantes». (Anne Ancelin Schützenberger)

El transgeneracional es el estudio de las memorias de nuestro sistema familiar (padres, abuelos, bisabuelos, etc.) y que llevamos integradas en nuestra psique. Es el denominado inconsciente familiar, es decir, la información depositada en el clan y que se transmite de generación en generación. Esta información está compuesta por las memorias de todas las experiencias vividas por nuestros ancestros, prestando especial atención a las más traumáticas, las cuáles fueron mal gestionadas a nivel emocional o, muy probablemente, silenciadas. Así, éstas van pasando a los descendientes, intentando encontrar la solución que en su momento no se les dio. Es decir, son las memorias del clan familiar que buscan una reparación.


“Somos los altavoces de los silencios de nuestros ancestros” (Marta Salvat)

Algunos ejemplos de este tipo de experiencias traumáticas pueden ser: muertes violentas, asesinatos, infidelidades, enfermedades mentales, abandonos, bebés robados, abortos, incestos, etc. En definitiva, todo aquello que se silenció en su momento y se intentó “tapar” (también conocidos como los secretos familiares).


Así, el estrés emocional vivido por la persona quedó enquistado en su psique y esa información pasará a las siguientes generaciones. Porque la información en energía, y ya sabemos que la energía ni se crea ni se destruye, aunque se puede transformar.


Vamos a poner un ejemplo: Imaginemos a una mujer a la que le asesinan a su marido en la Guerra Civil. Esto le causó un gran impacto emocional, (como es lógico), pero además, no pudo hacer el duelo correspondiente porque se tuvo que ocupar de sus hijos, trabajar duro para darles de comer. etc.

Imaginemos ahora que esa mujer era mi abuela. Su pena, dolor y rabia (todos ellos mal gestionados) me pueden haber traspasado a mi de diversas formas: en forma de preocupación excesiva por los demás (miedo inconsciente e irracional a que algo malo les pueda pasar a mis hijos, por ejemplo), o en no encontrar pareja (miedo inconsciente a su pérdida o abandono), o en no querer tener hijos (creencia inconsciente de que los hijos son una obligación), etc. Es decir, dependiendo de cómo la persona vivió ese determinado estrés, esa emoción es la que va a deslizarse de una generación a otra, en diferentes grados, y a la que si no se le da salida, me va a acabar afectando a mi.


Hay que tener en cuenta que no todas las personas llevamos programas de reparación. Pero siempre va haber alguien, en una línea generacional que lleve alguno para ser sanado.


Hay varias maneras de leer e interpretar el transgeneracional, y una de ellas es a través de las fechas, con lo que se llama el “síndrome del aniversario”, es decir, viendo si hay alguna coincidencia entre edades o fechas concretas entre lo que estoy viviendo yo y lo sucedido a algún ancestro. Pongamos otro ejemplo: mi abuela murió de cáncer a los 45 años y yo he sido diagnosticada con esa enfermedad a la misma edad.


Aunque conocer las fechas y las edades puede ser de mucha utilidad a la hora de estudiar nuestro transgeneracional, la verdad es que tampoco es algo indispensable, ya que nostr@s mism@s ya llevamos incorporada de serie toda la información del clan. Obviamente, cuanto más sepamos mejor sobre acontecimientos importantes que nos hayan podido explicar nuestros padres o abuelos.


Sin embargo, la clave de todo nos la darán nuestras emociones. Basta con analizar y comprender nuestros estados emocionales porque allí ya saldrán a la luz muchos datos sobre los programas inconscientes que hemos heredado. (Esto se puede conseguir con sesiones de Acompañamiento especializadas en gestionar bloqueos emocionales, como la Bioneuroemoción).


"Estamos aquí para disfrutar de la vida, y todo aquello que nos lo impide es la fidelidad a nuestra historia." (Dr. Salomón Sellam)

Cuando por fin comprendemos una determinada emoción. y tomamos conciencia del "para qué" la estamos experimentando, esta pierde fuerza y dejará de manifestarse; porque ya la habremos integrado, y ya la hemos trascendido. Por lo tanto, aquella experiencia no sanada por mi ancestro, queda por fin resuelta. Estas tomas de conciencia, obviamente, no solo nos van a beneficiar a nosotr@s, sino que también afectará de forma positiva a las demás personas de mi clan, tanto ascendentes como descendientes (al menos en lo que a ese trauma se refiere).


A partir de ahora será nuestra responsabilidad, en base a la información que hemos adquirido, el tomar nuevas decisiones que nos permitan vivir nuevas experiencias y dejemos, por lo tanto, de repetir las anteriores. Las tomas de conciencia se quedan simplemente en eso si no hacemos nada más. Luego hay que pasar a la acción para obtener resultados diferentes. A continuación, lo más probable es que la vida nos ponga a prueba alguna vez más más para comprobar que, efectivamente, hemos "aprendido la lección. A través de nuestras nuevas decisiones y acciones se demostrará si hemos integrado todo lo aprendido.


"... y que de ningún modo absolveré al malvado; que visito la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación." (Éxodo 20:5, Antiguo Testamento).

Aunque muchas veces, y debido a todo ello, podemos llegar a "culpar" a nuestros ancestros de las desgracias, malestares y malas experiencia que tenemos que vivir para reparar al clan, en realidad no debemos hacerlo. No fue su intención causar daño alguno a nadie. Simplemente ellos hicieron lo que mejor pudieron o supieron con su nivel de conciencia y de acuerdo a las normas y los cánones socioculturales de su época. Debemos mirarlos con compasión, perdonarlos y sobre todo, invitarlos a perdonarse a ellos también.


"Y creo firmemente que cuanto mejor comprendamos nuestra herencia humana, más la dominaremos y más amplio será nuestro libre albedrío.” (Helen Fisher).



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